viernes, 27 de mayo de 2011

LOS HIJOS COMESTIBLES (algunos poemas) "Maestro un honor"

LOS HIJOS COMESTIBLES (algunos poemas)

de Alexis Díaz Pimienta, el Viernes, 27 de mayo de 2011 a las 13:09
Hoy amanecí conmovido por un poema de Yolanda Saénz de Tejada, dedicado a sus hijas, tan dulces en su voz que la alagría filo-paternal aún me dura. Recordé entonces que yo también a los largo de mi vida, he escrito mucho a mis tres hijos. Mucho. Y he decidido compartir con ustedes esta alegría única. No son todos los poemas, porque sería abrumador. Ni son "grandes" poemas, ni pretenden serlo. Son un puñado de versos que, en distintas fechas y lugares, he escrito pensando en ellos, o para ellos. Y espero que les gusten.

                                                            Me comería a mis hijas cada día...
                                                                                  Yolanda Saenz de Tejada

Ssssssssst...!


Hablemos en voz baja.
El niño duerme.
La sábana es un cuento tibio
y la ventana tiene dientes de luna.
Hablemos en voz baja.
Ahora somos personajes de un sueño
tenemos caras largas y difíciles
y cierta credencial de adultez y vigilia.
El niño duerme.
Bajo su pecho la tos crea interludios inacordes
la fiebre ahuma los ojos de la madre.
Arropemos al niño
silbemos una canción monótona.
Tras la pared ulula la prepotencia de las brujas
y nuestra obligación es no asustarnos.
Palomas y conejos, balancines:
hablemos en voz baja.
El niño duerme.

La Habana, julio y 1989.


Estación melancólica



No me digas adiós, hijo,
que el tren sólo se irá si me despides.
De no mirarme así,
con la tristeza halándote los párpados,
el tren nunca se irá
y nos burlaremos de esta idea infantil de la distancia.
Detén la mano y no tendremos que regresar más tarde.
¿A qué aprender palabras como ausencia?
Ata el tren a la línea con tu renuncia a despedirme,
que si te vas... ya sabes:
el humo, los ojos, el pañuelo.


La Habana, octubre y l993



Cumpleaños

                                para Axel, otra vez


Hijo, hoy es veinticinco y envejezco,
envejezco de ti, de tu fragancia,
y aún no sé a qué recuerdo me parezco,
a qué melancolía de tu infancia.

¿Será mi rostro un nítido arabesco
o un laberinto de nostalgia rancia?
Hijo, faltas tan hondo que me ofrezco
al primero que compre la distancia.

La distancia soy yo, y me compadezco,
me tengo lástima con arrogancia.
De qué valen el mar, el aire fresco,

la amistad, la montaña, la importancia,
si aún no sé a qué recuerdo me parezco,
cuál de todos mis Yo soy en tu infancia.


Órgiva, agosto y 1993


Décimas de pecho quebrado


Siempre estás, Melancolía,
dibujada
sobre mi cara mojada
en lejanía.
Toda música es baldía,
todo sueño
es demasiado pequeño
para estar
al otro lado del mar
tan risueño.

Siempre están Alex y Axel
en la foto:
preludio de un verso roto
en el papel.
Se ha mareado el carrusel
de la infancia
y ha vomitado distancia,
me ha manchado.
Pecas llenas de pecado:
¿redundancia?

Estoy mirando la nieve
diminuta
mientras mi otro Yo disfruta
porque llueve.
Muecas blancas con relieve.
Grandes charcos.
Cuevas árabes y arcos.
Aguaceros.
Estoy fletando febreros
como barcos.

Uno envejece de estar
solitario
mientras borra de su diario
“regresar”.
Uno envejece de amar
desde lejos
(cacofonía de espejos
maldicientes)
mientras los niños ausentes
se hacen viejos.

Las calles de Luyanó
y Almería
tienen una geografía
que cambió
desde que Natalia y yo
nos amamos.
Todas las noches estamos
en La Habana
hasta que por la mañana
despertamos.

(Eres poema cobarde,
mueca ajena,
y un teléfono que suena
por la tarde.
Un buzón aunque no guarde
telegramas,
un gorrión sobre las ramas,
un apodo,
un remanente de todo
lo que amas.)

Debes marcar un prefijo
(cero cero)
y otro número habanero:
–Hola, mijo.
Debes descubrir si dijo
lo que piensa
o si le ha dado vergüenza
confesar
que se aburre de jugar
sin defensa.

Si se corta la llamada
vence al miedo
haz que memorice el dedo,
no hagas nada
que malogre la jugada
del regreso.
–Hola, pequeñín; un beso.
–¿Cuándo vienes?
Miéntele otra vez, no tienes
retroceso.

Siempre, estás, Melancolía,
de campaña.
Oscura tela de araña:
culpa fría.
Miro una fotografía.
Lloro. Escribo.
Remito otoño y recibo
primavera:
Otra dudosa manera
de estar vivo.


 Almería, mayo y 1999


Monólogo exterior

I

Hijo mío que vienes a este mundo
abocado, por fuerza, al mestizaje,
no te voy a engañar: es corto el viaje.
Tan corto que sorprende. Eres oriundo
(como todos) de azares, confluencias
cálculos, tradiciones, sortilegios.
Vienes a un mundo lleno de colegios,
pero también de grandes diferencias.
No sabemos la alquimia de los genes
qué habrá hecho de ti, la piel que tienes,
los ojos, el carácter... No sabemos
si eres zurdo o derecho, oscuro o claro,
pero no importa. Pues sería más raro
haber previsto incluso estos extremos.

II

Hijo mío, mestizo en Almería,
a confundirte van con los gitanos,
con marroquíes, con ecuatorianos:
óptica y fácil trigonometría.
Hijo mío, nacido en Almería,
con tíos almerienses y cubanos,
¿tendrás la misma piel que tus hermanos?
¿importará tu piel, llegado el día?
No te voy a engañar: la vida es corta.
Y más corto es el tiempo de la infancia
(la parte que más fácil se soporta).
Hijo mío, el vocablo “intolerancia”
es un caro juguete que se exporta
e importa sin que importe la distancia.


Almería, marzo y 2002





Improvisando con uno de mis hijos, Alex.